sábado, 10 de noviembre de 2012

El chico de la última fila

Se para el mundo cada vez que ella se despierta,
abre sus ojitos poco a poco, como con miedo,
el miedo que siempre tuvo a las despedidas
que convierten en "adiós" los "hasta luego".

Se levanta de la cama
y apoya los pies en el suelo,
hay una nota en la almohada
de su compañera de piso: hoy duerme en el pueblo.

No quiere quedarse sola
por si vienen los fantasmas,
qué lento pasan las horas
tumbada todo el día en la cama.

Casi no conoce a nadie
porque es nueva en la ciudad,
busca alguien para compartir una casa tan grande,
alguien para reir o para llorar.

Y recuerda al chico de la última fila,
ya le chocó el primer día de clase,
qué más da si fue su mirada o su sonrisa,
le gustaría abrazarle.

Él callaba pero por dentro ardía,
se decide buscando no pensar esa tarde,
entró decidido y la encontró en la cocina,
arreglada lo justo como para sonrojarse.

Sus torpes pasos y tropiezos
provocaron la risa de la chica,
que disimulaba con temblores sus nervios
delante del chico de la última fila.

Decidieron tranquilizarse y tomarse una copa,
sentados en el sofá cayó una detrás de otra,
mientras las manos empezaban a esquivar la ropa,
una manta les protegía del paso de las horas.

Parecían dos niños jugando
con risas y cosquillas entre cigarro y cigarro,
pero el anochecer ya había llegado
y las horas en verdad sí que habían pasado.

"Así que me tengo que ir",
dijo él, aún medio borracho,
"por favor, quédate a dormir,
que tengo miedo y quiero estar a tu lado".

Sus amigos no salieron
y su novia, una semana antes, le había dejado,
se quedó en silencio,
se quedó pensando.

Ella, más dulce con esa sonrisa,
rezaba por dentro para que se quedara,
sonrisa que escondía en forma de saliva
todas las lágrimas que se tragaba.

Si no se queda esa noche
la única diferencia es que la habría pasado solo,
hace cariño el roce
entre dos personas que lo han perdido todo.

Siguieron las cosquillas,
ninguno de los dos tocaba ya el suelo,
su sonrisa tan de cerca es lo que hace perfecta a la vida,
una noche sin mentiras los dos se pidieron.

El alcohol empujó un beso
que iba a la mejilla,
hasta la esquina
del labio izquierdo.

Se quedaron mirando
estaban deseando ese momento,
ya no estaban relajados,
aquel segundo fue eterno.

Y pasó muy rápido todo lo que sucedió después,
se juntó el vino con el roce de su piel,
no se movieron, allí estaban muy bien,
aún seguían mirándose al amanecer.

Hace demasiado frío lejos de sus manos
como para querer marcharse,
lo que él no tenía pensado
era enamorarse.

Se para el mundo cada vez que se despiertan,
abren sus ojitos poco a poco, como con miedo,
el miedo que siempre tuvieron a las despedidas
que convierten en "adiós" los "hasta luego".